El 29 de mayo de 1984 llegaba a todas las bateas del mundo el disco “Private dancer”, de una tal Tina Turner. Y sólo bastaron tres meses para que “What’s love got to do with it” se convirtiera en Nº 1 de la lista Billboard (desbancando nada más ni nada menos que a “Ghostbusters” de Ray Parker Jr).
Eran los 80, época de la imagen por la imagen misma, de raros peinados nuevos (y quizá el de Tina, uno de los más raros y menos peinados). Pero, detrás de ese cliché, había una voz muy particular y ronca que comenzábamos a descubrir.
Para muchos desprevenidos, esta mujer seguramente era la creación de algún productor estrella y éste su primer trabajo. Pero no era ni una cosa ni la otra.
Esta imagen felina de desbordante energía que estaba conquistando el viril olimpo del rock y triunfando en el juvenil show business con 45 años (sí, ¡45 años!) tenía una historia detrás y no era un cuento de hadas precisamente.
Anna Mae se transforma en Tina
Anna Mae Bullock nació el 26 de noviembre de 1939 en Nutbush, Tennessee.
Fue criada por su abuela paterna hasta su fallecimiento. En ese momento, Anna tenía 16 años, de modo que se mudó con su madre Zelma y su hermana mayor Aillene a St. Louis, la ciudad más grande de la zona. Allí trabajó como empleada doméstica para una familia adinerada y luego como camarera en el Club Manhattan, donde Anna Mae vio por primera vez a Ike Turner’s Kings of Rhythm, una noche de 1958.
Quiso el destino que el micrófono abierto de aquella noche cayera en sus manos y a partir de ese instante cambiara su vida y para siempre. De repente, la adolescente pueblerina recién llegada a la gran ciudad se había convertido en Ike & Tina Revue.
Rápidamente Ike la dejó embarazada y se casó con ella, con el objetivo de mantener a la futura “reina del rock” a su lado.
Pero sin que nadie se diera cuenta, Tina Turner comenzó a ser más Tina que Turner. Entonces, su cuerpo comenzó a sufrir el celo profesional del cobarde de su marido, a tal punto que, antes de un show en 1968, Tina trató de suicidarse ingiriendo cincuenta pastillas de Valium.
Pero las piernas más bellas del rock de todos los tiempos, forjadas como el acero, a los golpes, tenían muchos escenarios por recorrer.
El 2 de julio de 1976, Ike y Tina tuvieron una brutal pelea de camino al Dallas Statler Hilton. Y fue la última. Tina Turner huyó con el cuerpo abollado, 36 centavos, un par de vestidos, su enorme talento a cuestas y decidida a volver a empezar, con casi 40 años. Nada fácil, pero conocería por fin la libertad.
Del divorcio sólo quiso la custodia de sus cuatro hijos (dos de ella y los otros dos de Ike) y conservar su nombre artístico, por el que era y es mundialmente conocida y el que se ganó con mucho sudor, y sobre todo sufrimiento y sangre.
Tina, entonces, se transformó en solista y volvió al ruedo con dos álbumes intrascendentes: “Rough” (1978) y “Love Explosion” (1979) hasta que Roger Davies (el mánager de Olivia Newton John) se ofreció a representarla convencido de que esta cantante negra que estaba transitando los cuarenta años debía hacer rock and roll.
La apuesta era muy arriesgada, pero Tina ya había adquirido el coraje suficiente como para hacer frente a esta nueva etapa. Cualquier cosa por venir iba a ser mejor que lo vivido durante sus últimos 16 años.
Al éxito y más allá
En 1984 nació “Private Dancer”, el “gran retorno” de Tina, con un temazo claramente autobiográfico como “What’s love got to do with it?” (“¿Qué tiene que ver el amor con eso?”). Y como premio no sólo obtuvo cuatro Grammy, sino que también vendió más de veinte millones de discos. Con esta cifra para nada despreciable comenzó en febrero de 1985 una extensa gira mundial. Porque necesitaba demostrarse y demostrarle al mundo que Tina Turner recién había empezado.
Solamente hizo un break para participar en la iniciativa “USA for Africa: We Are The World”. Y, sin pausa, en la tercera parte de la trilogía de “Mad Max”, junto a Mel Gibson, donde no sólo interpretó a Entity sino que también compuso e interpretó el tema principal de la película: “We don’t need another hero”.
Siguieron los álbumes (“Break every rule”, “Foreign affair”, etc.), siguieron las ventas millonarias, siguieron los éxitos, siguieron las giras. ¿Y por qué no un libro? Entonces apareció en 1986 “I, Tina” (sus memorias), que rápidamente se convirtieron en best seller.
La gira europea del “Break every rule tour” batió récords de audiencia y, como si esto fuera poco, en 1988 Tina se presentó en el Estadio Maracaná (Brasil) ante 184.000 personas marcando, en ese momento, un récord de Guiness.
En 1993 Tina se transformó en película (“What’s love got to do with it?”), en la que Angela Basset interpreta la vida de la “reina del rock”, por cuyo papel fue nominada al Oscar como mejor actriz.
La enérgica, eterna e inoxidable Tina Turner, después de un merecido año sabático, volvió con “Wildest Dreams”, que se convirtió en disco de oro en Estados Unidos y platino en Europa y terminó de convencer a la gente de VH-1 para invitarla al “Divas Live 99” junto a Whitney Houston, Brandy y Cher.
En 1999, con “Twenty Four Seven” en la calle, Tina Turner emprendió su ¿última gira?, que la convirtió en la artista que más entradas ha vendido, con una recaudación de más de 100 millones de dólares.
Pocos meses después, Tina anunció su retiro musical... hasta que en el 2008 sorprendió al mundo entero en los Grammy actuando junto a Beyoncé y anunciando una extensa gira mundial, el “Tina!: 50th Anniversary Tour”, con apenas ¡70 años!
Tina Turner es sinónimo de música. Música negra, música soul, música desenfrenada, música excitante, música provocativa, música sufrida, música aplaudida. Recorrió un largo y doloroso camino. De los miserables años cincuenta a los millonarios años ochenta. Pero siempre con los brazos arriba. A veces para defenderse de los golpes de Ike y muchas más para agradecer a los millones de fans de todo el mundo después de un recital.
Esta dama de hierro, que nos enseñó que la mejor edad no son necesariamente los veinte, está a punto de cumplir espléndidos 75 años, siendo lo que fue, lo que es y lo que siempre será: simplemente la mejor.
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