Por Claudio Andrade
Uno tiende a olvidar quién es y quién ha sido el tío Phil Collins. Su pinta de encargado detrás del escritorio, más de banquero que de músico en gira, su extraño timbre vocal, entre chillón y desesperado, su aspecto escasamente deportivo, su pulcritud, su calva lustrosa, no ayudan a registrarlo como un típico rock star.
Pero el tío Phil ha sido tan rocker como cualquiera y merece el crédito y la gloria por un puñado de enormes y bellas canciones enroladas en el pop/rock. Ironía del baterista, Phil ya no puede mover uno de sus brazos y sus vertiginosas incursiones sobre los platos han quedado definitivamente atrás.
Phil Collins sobrevivió a su secundario papel en el Génesis de Peter Gabriel, sobrevivió a su fama y celebridad como solista que lo puso a cantar canciones para la Disney, sobrevivió a su melodías más pegajozas, a sus ideas más torpes, es decir, Phil Collins incluso sobrevivío a sí mismo.
Y este estado de supervivencia lo obtuvo, lo conjuró, mediante la calidad y la profundidad de algunas de sus mejores composiciones. Una y otra vez el tío Phil se puso a la cabeza de los charts y marcó el tempo de distintas generaciones.
Un día, herido ya por diversos males, se mudó a Suiza donde no hay mucha escena musical que digamos. “¿Qué haces acá de donde todos nos queremos ir”, contó Phil a “The New York Times”, en una reciente entrevista, que le dijo un músico suizo. Bueno, no podía ser más obvio, Phil, millonario y agotado, sólo buscaba amor y traquilidad.
Su último disco no es pop, no es de rock, se llama “Going Back” y significa un regreso a sus fuentes como artista: el soul.
La semana pasada un portavoz anunció el retiro definitivo de Phil Collins. Horas después el propio tío Phil desmitió la versión.
No es por nada el título de su disco. El tío Phil sabe que renacerá de sus cenizas alpinas.
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