Era de noche. Tarde para andar pateando calles. Vivíamos con los walkman clavados en la sien escuchando Soda, GIT, Sumo, Los Abuelos. También Elvis, Sade. Todo mezclado. Eran los 80, una época en que ya hace rato deberíamos haber estado escuchando los Pistols. Pero no, los Pistols nos llegaron en los 90. Con U2. Con el pos The Cure.
Como sea, ahí estábamos. Lunes. Martes. Miércoles. Perdiendo el tiempo. No eran horas. En la casa de Carla se escuchaba "Smooth operator", si, de Sade. Tan sensual, ella y su hermana, Nieves. ¡Nieves! Que lindo nombre para alguien nacida en la Patagonia. Escuchaban tan alto la música que una cuadra antes podías empezar a mover la patita. Estaban una al lado de la otra acomodadas en una ventana abierta. La casa vacía. Nosotros no entramos, solo nos quedamos allí perturbando el sueño del vecindario. Carla, que había vivido dos años en Londres, quería darle un beso a alguien y con la mirada extraña y punzante tarareaba: “He's laughing with another girl/And playing with another heart. Placing high stakes, making hearts ache. He's loved in seven languages”.
Pero nadie se llevó ese beso, "Smooth operator", estaba trabajando.
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