jueves, 2 de septiembre de 2010

Cuando el futuro nos persigue



Por Claudio Andrade

Terminator dio un giro coherente a las no siempre apretadas reglas de la ciencia ficción. Hasta ese momento, el futuro era un país exótico al que sólo íbamos de viaje con visa de turista. Con "Terminator" fue el futuro el que vino hacia nosotros. Y de que divertida manera. Una máquina transporta desde el entonces lejano 2029, a un robot, el casi indestructible T-800, y a un soldado, el delgado pero aguerrido Kyle Reese.

El T-800 fue enviado con un único propósito (y este es probablemente el motivo por el cual falla en su misión): eliminar a Sarah Connor, futura madre de John Connor, el líder de la Resistencia en un apocalíptico mañana en el que máquinas y humanos se enfrentarán entre sí.
El joven en cuestión fue enviado con dos premisas: cuidar de Sarah Connor de las garras metálicas del exterminador, y ayudarla a engendrar a Connor Jr., porque al fin de cuentas él será su padre (aunque no lleve su apellido, recordemos que en el siglo XX “él” aun no existe). ¿Loco no?. Si, bastante freaky.
La expresividad del exterminador era una de las cuestiones sustanciales del filme dirigido por un todavía emergente James Cameron. El director encontró al actor ideal: un soquete de la actuación como Arnold Schwarzenegger. Pero el no-actor tenía lo que se necesitaba el papel: muchos pero muchos músculos. Músculos arriba de los músculos. Y un rostro imperturbable.
Ya se sabe como sigue la historia. Sarah y Kyle luchan en desigualdad de condiciones pero consiguen mantenerse con vida. También se enamoran, tienen sexo y dan el puntapie inicial a la larga, victoriosa, torturada y significativa existencia de John Connor, a quien no conoceremos en detalle varios años más tarde en el cuerpo de Christian Bale. Pero para eso falta un montonazo ¿O ya pasó? ¿O está por pasar?
Las preguntas, los condicionales, los “que hubiera pasado si”, se multiplican en el universo de "Terminator". En parte porque además de un filme es un juego de posibilidades, de paradojas, de trucos del destino. Cada cual puede marcar los casilleros que quiera y ver que le sale.
Logradas actuaciones, efectos especiales bastante dignos y una rara tensión (la de sentirse perseguido por lo cuasi omniciente) que atraviesa la pantalla y el guión caracterizan a este clásico de los '80.

Una escena: después de una balacera, el T-800 se arregla ciertos defectos con un bisturí en un mugroso cuarto de hotel. Con lentes de sol le queda divino.

Al autor de esta nota lo pueden encontrar acá.

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